La administración Obama tenía toda la información probatoria de que el golpe contra el ex mandatario hondureño Manuel "Mel" Zelaya en 2009 era a todas luces inconstitucional y sin embargo, no presentó las evidencias en las instancias internacionales correspondientes. De igual manera, el espionaje de Estados Unidos a la comunidad musulmana de Sudamérica se intensificó en los últimos diez años, de modo particular en Brasil, donde hay un significativo número de libaneses y migrantes africanos convertidos al Islam, por lo que los planes de la potencia americana para mantenerse vigilante cerca de líderes religiosos locales, están actualmente en marcha. Y lo obvio: el gobierno chino estuvo detrás del ciberataque a Google en Diciembre del año pasado.
En realidad son pocas las novedades que ofrecen los documentos publicados por Wikileaks, el sitio web del ciberactivista australiano Julian Assange, ahora reconocido como gran "soplón" de la aldea global por su capacidad para filtrar archivos secretos que incomodan a los poderosos. Sin embargo, el valor de la información divulgada por Wikileaks estriba en que se presenta como prueba fehaciente para la Opinión Pública de que los analistas de la política internacional no estábamos errados ni padecíamos paranoia con respecto a ciertos temas de la agenda mundial.
Se sobreentiende que la opacidad con la que operan los altos funcionarios gubernamentales del mundo, a espaldas de sus pueblos, es lo que motiva la divulgación de los documentos presuntamente secretos de las relaciones entre Estados Unidos y los países y organizaciones involucrados en el ahora llamado "cablegate". Los documentos -supuestamente- dejan al descubierto la postura, sin maquillaje, de los gobiernos estadounidenses sobre personajes públicos y situaciones entre 1966 y 2010. De ahí la aparente molestia de la administración Obama.
Y enfatizo que es "aparente" porque si bien por un lado, Wikileaks pretende demostrar que es posible y viable que el público acceda a los entretelones de las actividades de los gobiernos; no hay que perder de vista que en una suerte de caleidoscopio político, donde no todo es lo que parece, el sitio web cuya misión -según dice- es "abrir gobiernos", podría ser parte de un montaje con múltiples escenarios y objetivos, como lo fue en su momento la ola terrorista de Osama Bin Laden y Al Qaeda.
Quienes están familiarizados con la política internacional afirman que es improbable que reportes plagados de comentarios frívolos y obviedades, como los que califican al príncipe de York, Andrew Mountbatten, de "cándido" o al hoy primer ministro italiano Silvio Berlusconi de "irresponsable y frívolo", lleguen a causar conflictos diplomáticos o guerras. Bien dicen que entre gitanos no se leen la mano. Empero, ¿quién puede asegurar que la divulgación de los documentos no es parte de un juego político cifrado en el que los cibernautas y los periodistas de medios independientes somos actores de relleno en un espectáculo en el que los tiempos y forma de difusión de los documentos presumiblemente secretos estuvieron en manos de los editores de cinco empresas periodísticas tradicionalmente alineadas al poder global: The New York Times, El País, Le Monde, The Guardian y Der Spiegel?
Recordemos que después de la conmoción que provocó a la administración Obama la difusión de las verdades sobre la invasión de Estados Unidos a Irak, Wikileaks advirtió que publicaría nuevos documentos secretos. Así que el gobierno de Estados Unidos tenía todos los recursos para detener la divulgación de su información presuntamtente confidencial, antes de que Julian Assange actuara. En cambio, se generó una gran expectativa entre cibernautas y medios de comunicación de todo el mundo sobre la fecha y hora de la publicación de los documentos que llegaría a su punto culminante con el hackeo del sitio de Wikileaks a manos de un cibervengador cuasianónimo del sueño americano que se hace llamar "El Guasón" ("th3j35t3r" o "the jester"), quien se define como "hacktivista para el bien, obstruyendo las vías de comunicación para los terroristas, simpatizantes, componedores, facilitadores, regímenes opresivos y otros tipos malos en general" (sic).
Sin embargo, la publicación de los documentos se dio y el ala republicana del gobierno de Estados Unidos también cumplió con su papel al pedir que se declare a Assange y a Wikileaks como terroristas que han puesto en riesgo la seguridad global y la prosperidad económica, lo cual, por cierto, conlleva una implícita advertencia para el periodismo independiente de investigación de la aldea global sobre la posibilidad de entrar en el costal de los enemigos terroristas de la democracia occidental si se pretende hurgar en los acontecimientos cotidianos más allá de los límites informativos impuestos por las fuentes periodísticas institucionales del orbe.
Más aún, todo apunta a que el cablegate podría ser un atajo en la batalla del poder político-económico global por el control de la web, a la luz del previsible fracaso -desde antes de su eventual implementación- del Acuerdo Comercial Anti-Piratería (Anti-Counterfeiting Trade Agreement, ACTA, por sus siglas en inglés), que pretende restringir el flujo informativo en la Internet mediante reglas económicas.
Quizá el cablegate es el pretexto para que los gobiernos aliados de los Estados Unidos en el proceso globalizador encaucen sus esfuerzos para legislar transnacionalmente sobre seguridad global en la Internet, en detrimento de las libertades de expresión e información, en la expectativa de que el cibernauta común se transforme en una mutación del televidente, sin mucho margen para crear contenidos que a juicio de censores a modo (públicos o privados), impliquen un supuesto peligro para la seguridad del mundo. De cualquier manera, la leyenda del cablegate apenas empieza. 🖋
Más textos de la autora en:
www.silviameave.net
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